
La piel ajena donde puse mi mano
los ojos que fulguraban en la memoria,
y ahí los senderos por la noche
con el hambre doliente del infierno.
Los territorios desolados del viento
(afanando, royendo, fragmentando,
los poros, los intersticios, las grietas del tiempo)
donde grandes naves sucumben
a las tormentas de los días y sus lunas.
Cada amanecer se deslizaba como un arado
y hacia la noche la cosecha
(el tumulto, la ausencia, la pena)
cristalizaba en pequeña pesadilla.
Los colores y tactos se perdieron.
Coronado en la penumbra por el sueño.