Vagas humillada como lombriz en arena seca, buscas lo que ayer poseías y torpemente dejaste; la caricia, la palabra, el ardor de tu piel en la noche, el reverbero en tu lecho del sagrado néctar derramado por ti y por mi en el fuego del sueño.
Arrastras por las calles la peor soledad de todas, la que urdiste en la soberbia de tu desamparo, la que mereces como castigo al desamor y el olvido.
Lames de tu herida la pus de tu culpa, aúllas en la noche de tu alma la ausencia de quien te dio lo que nunca tuviste, un largo verano besando tus labios y el agua de una boca buscándote.
Ahora es tarde, tu voz quejumbrosa grita, clama, mendiga por migajas de una cercanía imposible, nadie te busca, estas como siempre, sola.
Vendrá hacia la noche un naufragio sobre una oscuridad renuente a las cavilaciones que la hora acoge.
Fue tu signo imagen, voz y ojos sin nombre fue el espanto de tu silueta alejándose fue un crujido triste en todos mis huesos.
Ya no correré el albur de buscarte entre el rojo bermellón de un escaso crepúsculo y el sándalo tenue de otra tarde hundido en tu piel de niña lejana.
Ya no dejaré escurrir las palabras por la suave pendiente de tu misterio, atrapado en la vetusta esfinge que vigilaba mi tumba y tu signo.
Conjuros incrustados en un cielo vago desatarán el espanto en el silencio, serán huellas de muchos pasos por borrarse, y signos póstumos de un amor que fue fosa tumba de los últimos intentos relámpago enviciado en trémulos sueños o destellos.